miércoles, 20 de febrero de 2019

Una rosa que se ofrenda al amor


Tal vez con palabras pueda construirte.
Tratar de entender de que estas hecha:
si de rosas o algodón de azúcar,
si de abrazos o caricias.

Un hechizo de dientes
es tu sonrisa,
que se clava en mi pecho
y desnuda la mía.

Un suave grito de hojitas
se siente en tus manos
y yo en actitud de roció
quiero leer su historia.

Envuelto en tu cuerpo
perturbas mis males,
salpico mis molestias
y me vuelvo paz hecha carne.

Sé que cada día nuevo,
el cielo nos dará los buenos días,
los arboles bailaran el vaivén del viento
empapándonos del aroma
floral de invierno;
la vida nos tendera la alfombra dorada,
tejidas en rayos de sol,
que fueron primero acariciados
por la nubes que condensan sonrisas.

Y lo que este ahí en frente
no será malo,
será de la misma naturaleza
que tú:
una rosa que se ofrenda al amor.

miércoles, 5 de diciembre de 2018

El conato de un suspiro

Quiero que acorruques mi deseo
bajo la sábana blanca tejida por el tuyo.
Sueño
el saborear los labios de tu flor,
fértil suelo donde darías vida
hasta al más moribundo de mis días.

No he muerto, pero no falta mucho.
Solo basta una palabra tuya
que en brutos espasmos
he de escuchar, anhelando
que abras la bóveda
de las palabras que nunca has
de dejar secar al sol.

En redobles mi lengua molerá la tuya:
caerán trombas de saliva
empapando las estrellas.
La noche se embriagara
de nuestra tentación añejada
desde hace años,
contados en miradas
Y en los roces de mi impaciencia.

Si supieras cuántas bajas
en mi sistema nervioso
provocas cuando invades mis mañanas,
cuando disparas tu mirada
justo en el centro de mi calma.

En mi cama se quedan
esas noches que siempre recuerdo...
que nunca llegarán.
La espera es el conato de un suspiro
que rima con tu nombre.

viernes, 2 de noviembre de 2018

Al árbol de los huevones no le gusta su nombre


El secreto de mi semilla lo guardaré hasta que me vean arrancado desde mis raíces. Sólo diré que buenas personas se encargaron de mí cuando mi tallo había traspasado el vientre que me ofreció mi madre Tierra. Pude sentir la caricia de mi padre el Sol. Gota a gota fui creciendo hacia arriba en dirección a él
     Estuve presente en los múltiples quehaceres de mis compañeros que estaban a mí al rededor. Un ritual curioso que tenían ellos era de multiplicar sus pasos cuando una campana sonaba cerca. Escuchaba a la multitud reunirse y elevar alabanzas a un dios, parecían hormigas alborotadas de aquí para allá, gritando alegremente, regañando a sus retoños. Entre ellos había unos que descansaban sobre mis raíces, bajo mi sombra.
     “¡Pinches huevones, levántense de ahí!” Siempre escuchaba cuando esos “huevones” venían a visitarme. Al principio, pensaba que sería un problema pasajero por los reiterados regaños que estos recibían, pero no fue así.
     Muchas primaveras pasaron y de repente cubrieron la tierra que me rodeaba de un material duro, que absorbía, al igual que yo, los rayos sin convertirlos en frutos u oxígeno puro. Los equinoccios y los solsticios se fueron repitiendo, entonces sentí vibrar el suelo en lo más profundo. Un día intente llevar mis raíces más allá en busca de agua y contacto con mis vecinos, pero sentí una barrera que me detuvo y no pude penetrar. Pocas lunas llenas después, sentía vibraciones pequeñas y que a partir de ahí se hicieron contantes e incrementaron años más tarde.
     Los huevones siguen aquí todavía. Me vienen a regalar su tiempo, yo no se los pedí, y siempre los escucho afligirse cuando les hace falta. Otros seres, ajenos de esta tierra, también han venido a refugiarse bajo mi regazo, Cuando ellos llegan, los pasos se multiplican exorbitantemente, el aire está lleno de olores a carne cocida, a maíz y trigo horneado, a frutas en almíbar, entre otras cosas.
Hace algunos otoños los pasos disminuyeron, el suelo cerca de mí se hizo más estático, un grupo de tortugas se había asentado. Colgaron en mis ramas adornos a los cuales elevaban rezos, suplicando que les devolvieran a sus jóvenes retoños. También acostumbraban hacer un llamado al cielo, pidiendo esperanza, haciendo vibrar mis hojas.
     Mis compañeros se esmeran en llamarme el “árbol de los huevones”. Quiero decirles o, mejor dicho, aclarar que yo no soy de nadie más que de la tierra en donde mis raíces se han fijado. No me queda más remedio que quedarme aquí, pero estoy a gusto con eso. La misión que mis padres me han dado es ser ejemplo de vida: estoy vivo y hospedo vida entre mis ramas y hojas; no rechazo ni al más pequeño insecto ni al más huevon de los huevones, son bienvenidos todos bajo mi sombra.

lunes, 10 de septiembre de 2018

Su nombre era Yelene

Me siento asqueado
Escurro un líquido
Oloroso de color alquitrán
que emana un humo ácido
Combinado con sudor de axila

La boca me sabe a azúcar
Artificial
A petróleo y cesio
con un toque de tabaco
Sal, limón y lápiz labial

Ella huele a shampoo
Alcohol y tristeza
Deslizó mis manos en sus piernas
Pulidas por el mismo contacto
De otros muchos hombres más

Subo a su cintura
Que ya lleva arrastrando
Los años
Las cervezas y la pena

Aprieto sus senos
Ya mallugados por el uso
Y delineó la circunferencia oculta
De sus aureolas

De vez en cuando
ella me aparta
me habla y toma un trago
de una cerveza el triple de cara
y vuelvo a envolverla
Dentro de mi sombra de lujuria

Aparto de mi camino su falda
No me permite entrar más allá
Procedo a delinear la grieta
De su sexo
A mallugar más su senos
Y seguir marcando su cuello
Levantando banderas a mi pasó
Dibujando el mapa de sus hombros
De sus brazos
y sus dedos de niña

Pero en la mesa puesto estaba
un reloj
que decía en cursiva Victoria
y cuando ella se había tragado
todos esos segundos
revueltos en alcohol
dijo "¡Ya!"
sostuvo mi cuello
y me beso.

viernes, 7 de septiembre de 2018

El View


La calle brillaba porque sobre los charcos de lluvia se reflejaba secos los rayos del alumbrado público. Eran la 1 de la madrugada de un domingo ocioso. Me acompañaban mis amigos José, Iván y Susana. Todos estábamos nerviosos, yo sentía que mis piernas estaban más frías que de costumbre. Cruzamos la calle después de un taxi, el cual se detuvo a bajar dos chicas que iban al mismo lugar que nosotros: el View. Una de esas chicas era demasiado alta, sus caderas eran pequeñas y su espalda era robusta, haciendo contraste con su vestido de un gris azulado entallado. Su pelo era rubio y traía puesto un gorro gris, sus zapatillas grises de un tacón muy alto.
Entramos a la plaza comercial donde esta esté antro tan mentado.
- Son $40 de cover.
Iván recibió todos los boletos y antes de entrar nos revisaron los bolsillos. Claro, no llevábamos algo que no deberíamos, solo íbamos a divertirnos. Subimos las escaleras, el ruido ya era fuerte, pero al subir y ver la pista de baile, esta estaba vacía. Solo las luces de colores y la música se atrevían a pisarla.
Pedimos un cubetazo para empezar, el mesero llego después con las 6 cervezas, destapo tres, Susana pidió un refresco. Pasaron unos minutos para que la primera pareja cateara la pista de baile. Fueron un chico y una chica, la misma de vestido gris azulado que vi al entrar. El chico tenía que alzar mucho la vista para verla a los ojos, ella vacilaba, pero la música venció sus cuerpos con sus estruendosos beats y melodías repetitivas. Invitaban a uno a saltar o a moverse todo lo posible. Enseguida más parejas se unieron, un chico invitaba a otro a bailar y se sonreían coquetamente. Ahora la pistaba repleta, la música subió de volumen, el sudor en sus frentes los hacia brillar; sus pasos de baile no eran los mejores, pero la cuestión era moverse.
La gente seguía bailando, yo apenas había tomado media cerveza y José e Iván ya iban con la segunda. Voltee hacia la entrada, y vi como un hombre que parecía un dorito con piernas entraba, con el singular caminar que tienen las personas musculosas. Por su camisa amarilla y sus shorts pequeños, además de su cuerpo tan chusco, se hizo presente para luego desaparecer atrás de la barra del bar. La playlist (porque era obvio que no había un DJ en vivo) había llegado una canción más tranquila, la primera pareja bajo de la pista y cada uno de ellos regreso a su mesa. Perdí de vista a la chica, pero vi perfectamente cómo, cuando el muchacho se sentó en su lugar, un amigo suyo le dijo:
-¡Jajaja! Pinche vato. - Como quien recibe a su amigo tras proponerle un reto.
Me termine mi cerveza y me abrieron la segunda. Susana me pidió que bailara con ella, tomo un trago y me levanto de la silla. Ella y yo nos subimos en el pequeño lugar que había libre en la pista y comenzamos a bailar. Mis pasos de bailes son los más carentes de creatividad, pero cumplían su función. Y entre las luces de colores iba recolectando miradas, la mayoría sonreía, otras se comían a la pareja que tenían enfrente, se mordían los labios, invitaban a sus parejas que se acercaran. Una pareja de novios bailaban a nuestro lado, el chico era muy delgado, hasta los huesos y la chica estaba muy rellenita, con su gran panza de bolsa de agua fresca. Bailaban y se detenían para darse besos muy apasionados, parecían desaparecer entre sus bocas, como formando un solo rostro.
Susana y yo seguimos bailando quien sabe por cuánto tiempo hasta que yo le dije que necesitaba descansar, estaba ya muy sudado y me había aburrido de la música. Sin embargo, el ambiente en el lugar era genial, se sentía tan bien estar allí. Tome rápidamente mi cerveza que ya estaba caliente y enseguida me abrieron la tercera, más fría, más agradable de tomar. Susana saco a bailar a José. Me aburría, pues no pasaba que la gente solo bailara y los demás bebieran en sus mesas. Después llego el segundo cubetazo. Por lo menos había más cervezas aún. En la pista, subieron tres chicas, dos de ellas llevaban un outfit muy casual, pero la que sobresalía era la más chaparra, con un vestido entallado de color blanco con rayas azules, haciendo resaltar su trasero, que en la pista de baile se movía como si de sus caderas saliera cada beat de la música. Me quede clavado en su silueta y por un largo rato la observe bailar buscando su mirada, mas no lo logre.
De repente, la música se calló, todos bajaron de la pista y una voz anunciaba “¡La primera salida de la noche!”. A la pista subieron el hombre dorito con un disfraz de policía y tras de él, una colegiala con un cuerpo muy desviado de los cánones de belleza con una mirada de culebra. Se introdujeron por el laberinto de mesas, cada uno por su camino: el policía hacia las mujeres (que eran muy pocas) y la colegiala hacia lo hombres, sentándose en sus piernas, bailándoles ahí. La colegiala se acercó a nuestra mesa y bailo sobre Iván y luego se fue sin más, buscando más presas. El show no duro mucho, los dos desaparecieron y la música sonó de nuevo. Para ese momento, ya eran las 3 de la mañana.
Susana saco a bailar a Iván. La pista de nuevo estaba llena. De nuevo mire la entrada, ahí llegaban una pareja de hombres, que se pavoneaban con movimientos exagerados, con sus labios fruncidos y un cigarro en su mano derecha. Se sentaron en una mesa donde ya los esperaba otro hombre. Después de un rato, se paró esta pareja a bailar desenfrenadamente y como no cabían ya en la pista, bailaron justo enfrente de la entrada, casi en la cara del guardia de seguridad, quien los veía con cierta incomodidad o confusión por sus movimientos.
Después de una hora más de baile, la segunda salida empezó. La colegiala y el policía colocaron una silla cada uno e invitaron a un hombre y a una mujer, respectivamente, para bailar sobre ellos. El policía ya había agarrado a su chica preferida, una muchacha delgadita y con el pelo rizado, de más o menos unos 23 años. La colegiala no tuvo que buscar mucho, pues el muchacho delgado hasta los huesos apareció de nuevo y se sentó. Ambos bailen compartían movimientos sugestivos: la colegiala se apoyó con el respaldo de la silla para recibir las nalgadas del muchacho; el policía movía sus caderas sobre el abdomen de la muchacha y otros movimientos más.
El show acabo, el baile comenzó de nuevo en la pista. Susana y José se fueron y solo quedamos Iván y yo. Ya había perdido la cuenta de las cervezas que llevaba, solo tomaba trago tras trago, expectante de algo más. En los rostro de todos se notaba la lujuria que ardía sobre las brasas, los movimientos en la pista de baile eran mucho más sueltos, tal vez por la inhibición del alcohol y el acaloramiento que la última salida había provocado. Perdí la noción del tiempo, cada instante me parecía eterno, caía en el aburrimiento y alcohol no se acababa. Tampoco quería bailar, me sentía cansado, más bien esperaba la tercera salida por el morbo, “¿que será lo siguiente que me espera?”.
La tercera salida comenzó, ahora una sola silla estaba puesta en la pista. El policía salió de repente desnudo, con un anillo que rodeaba la base de su pene. Bailaba sobándose su miembro, bailaba pegado a las columnas, se acercó de nuevo a la mesa de la chica de pelos rizados, volvió a la pista para una última exhibición enfrente de todos y luego desapareció entre las sombras.
Luego apareció la colegiala sin su uniforme, sino que con una blusa de brillitos, un top negro y un calzón color blanco. “Un caballero cachondo que quiera subir a la pista” sonó en el altavoz. Nadie parecía tomar la iniciativa. Así que la stripper, casi a la fuerza, tuvo que subir a un hombre a sentarse y así pudo comenzar su show. Con música que parecía de Las 50 sombras de Grey, ella se retorcía enfrente de él, mostrando su culo, acariciando sus propias tetas y su cintura; pero lo curioso es que aquel hombre tenía los ojos cerrados. “¡Vela! ¡Vela!” le decía yo desde mis adentros. Luego ella se sentó sobre él y se quitó la blusa fallidamente, pues se le había atorado con el arete que llevaba; ya que hubo librado de ese contratiempo, se quitó aquel top negro y mostró ante todos sus senos que me recordaban a los una amiga de la secundaria: apenas unos bultitos en forma de cono, con los pezones de mamila. Ella se paró y acaricio el pecho de él desde atrás, él intento chupar sus senos, pero ella no sé lo permitió y sin más, termino el show.
Quitaron la silla, el baile otra vez comenzó la gente a bailar, el alcohol era ya dueño de mis pensamientos. Iván estaba interesado en una chica y solo recuerdo, sin saber cómo lo logro, el apareció en la pista de baile con esa chica y me invitaron a bailar, pero termine bailando con un chico gay que rápidamente se dio cuenta de que no estaba interesado en él. Y ahí estuve, buscando alguna forma de zafarme de esa situación. Vi como la chica del vestido rayado abandonaba el lugar, vi a Iván sentado con otra chica distinta abrazándola. Luego sentí que alguien me empujaba, era el gay que llego pavoneándose y entonces supe que era el momento de retirarme.
Paso el tiempo entre más tragos de cerveza, el View se iba vaciando, Iván ya estaba dormido y aun nos faltaba la última botella. Vi la hora en mi celular y eran las 6:45 a.m., recordé que Iván tenía que ir a trabajar ese mismo día. Así que sacudí su cabeza y le di unas cachetadas para que despertara y lo logre. Se terminó la última botella y nos fuimos.
Al salir a la calle, la humedad del asfalto se había secado, se habían quedado los charcos lodosos en los baches profundos que caracterizan las calles de esta ciudad. Aún el cielo estaba igual de oscuro que como cuando entramos hace ya unas horas, pero no faltaba mucho ya para el amanecer.